Cuando Matan A Un Estadounidense

Ninguna muerte llega en buen momento. Pero el asesinato reciente en México del agente estadounidense, Jaime Zapata, cayó en un terrible momento político y ya afectó la tensionada agenda antidrogas entre México y Estados Unidos.
El 25 de febrero, Jaime Zapata, agente especial del Servicio Federal de Inmigración y Aduanas (ICE), fue asesinado por sicarios en una carretera en el norte de México.
El y otro agente, Victor Avila, estaban asignados a la oficina de Aduanas de la agencia en la Embajada de Estados Unidos en la Ciudad de México. Informes noticiosos indican que ambos hombres viajaban a la capital mexicana desde San Luis Potosí para entregar equipo a otros compañeros cuando un grupo de pistoleros persiguió su vehículo y los obligaron a salirse del camino. Los agentes fueron baleados pese a haberse identificado. Avila resultó herido; Zapata fue asesinado.
La muerte del agente ha dado más credibilidad a la suposición de que México casi ha sucumbido ante los violentos carteles de la droga que operan descaradamente dentro de sus fronteras. Desafortunadamente, también llevará a más congresistas norteamericanos a pedir un control más severo de la frontera, olvidándose de la legalización de los 11 millones de inmigrantes indocumentados asentados en Estados Unidos .
No todas las muertes reciben igual atención. La mayoría de las muertes por los años de violencia del narcotráfico son anónimas. Pero hay algunas, pocas, que se convierten en noticia. Y cuando esto ocurre -- como la del agente Zapata -- en medio de un clima de violencia como el de México, suelen tener enormes repercusiones diplomáticas.
La muerte en 1985 de Enrique Camarena, un agente estadounidense encubierto de la DEA, muestra cómo esto ha repercutido en el pasado. Camarena, secuestrado el 7 de febrero de 1985, fue torturado brutalmente y asesinado en México.
La Administración Reagan, convencida de que funcionarios mexicanos corruptos estaban involucrados en el asesinato de Camarena, lanzó una campaña masiva contra las organizaciones de traficantes y capturó a sospechosos en México, llevando a varios de ellos a Estados Unidos para interrogarlos. Esto tensó las relaciones entre ambos países durante varios años.
Este mes, el presidente Barack Obama, personalmente, le dio sus condolencias a la familia de Zapata en Texas y advirtió que su muerte no se olvidará. Eso es lo que ocurre cuando matan a un estadounidense: la Casa Blanca anuncia que el gobierno no descansará, que la presión no cederá hasta que se haga justicia.
Y ya han habido varias detenciones en México relacionadas con el caso Zapata, incluyendo la de un hombre apodado "Piolín" que dice haber sido el que tiró del gatillo. (No deja de sorprenderme lo rápido que "cantan" los detenidos en México -- estas confesiones usualmente ocurren sin que esté presente un abogado defensor, por supuesto.)
Así que al parecer la muerte de Zapata no quedará impune. Pero los más de 34 mil mexicanos asesinados desde que el Presidente Felipe Calderón asumió el poder en 2006 han quedado olvidados, en su amplia mayoría, y los autores de esos crímenes siguen sin castigo.
Y hay un temor creciente entre políticos estadounidenses conservadores de que la violencia en México cruce la frontera con Estados Unidos, aunque las estadísticas muestran que esto es poco probable. Sin duda, la muerte del agente Zapata será utilizada por los políticos más conservadores para justificar nuevas y más restrictivas políticas de inmigración en la frontera, so pretexto de la seguridad -- un clavo más en el ataúd de la reforma migratoria.
Calderón visitará la Casa Blanca el 3 de marzo, y sería muy temerario decir que fue llamado a Washington por Obama sólo por el asesinato del agente Zapata -- uno espera que no es así como se hagan las cosas. Pero la premura y sorpresa con que se organizó la reunión entre los presidentes es una señal de que la violencia del narcotráfico y la muerte de Zapata son asuntos prioritarios.
Pero hay que estar claros: la reunión no va a resolver las diferencias abismales que existen entre ambas naciones acerca de cómo limitar la venta y distribución de drogas ilegales, independientemente de lo que se discuta. Calderón sigue insistiendo en que Estados Unidos es también parcialmente culpable por la narcoviolencia. Los carteles de las drogas y el crimen organizado en México están armados con rifles de alta potencia y otro equipo letal comprado fácilmente en territorio estadounidense.
Además, para Washington la reducción en el consumo de drogas no es realmente una meta prioritaria -- yo, al menos, no he visto un solo comercial de televisión acerca del peligro del uso de drogas desde hace años.
Los estadounidenses al parecer no ven la necesidad de analizar su propia participación en este asunto. La violencia rampante en México es vista como un problema estrictamente de los mexicanos.
La muerte del agente Zapata, en lugar de marcar el inicio de una época de cooperación antidrogas entre los dos países, demuestra lo lejos que estamos de una solución conjunta y a largo plazo.
En México continuarán las muertes violentas, a medida que los narcotraficantes persistan en incrementar su influencia. México seguirá poniendo los muertos y los narcos. Estados Unidos seguirá poniendo las armas y los drogadictos. La muerte del agente Zapata, desafortunadamente, no ha cambiado nada.

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Periodista Internacional

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