Los latinos estamos viviendo un momento muy complicado de nuestra historia en Estados Unidos. Somos muchos –más de 48 millones según el reciente reporte del censo- pero no tenemos el poder político que nos corresponde –solo tenemos un senador en Washington- ni hemos materializado algunos de nuestros proyectos más importantes, como la legalización de indocumentados.
Primer dilema. Si somos tantos ¿por qué no tenemos más poder político? De entrada, estamos desilusionados con los dos partidos políticos. Muchos latinos están frustrados con el presidente Barack Obama -por no cumplir su promesa de una propuesta migratoria durante su primer año en la Casa Blanca- y con el partido Demócrata por no tener el valor político para votar por una reforma migratoria en una de las dos cámaras del congreso.
Pero el Partido Republicano no sale mejor parado, tampoco. Muchos votantes hispanos están enojadísimos con los Republicanos porque apoyaron la ley antiinmigrante SB-1070 en Arizona, porque votaron en contra del Dream Act en el Senado y porque iniciaron un debate político para quitarle la ciudadanía norteamericana a los hijos de indocumentados.
Así que, ante la opción de votar por el partido Demócrata o el Republicano en las próximas elecciones del 2 de noviembre, muchos latinos votarán por quedarse en casa. Solo un 51 por ciento de los votantes latinos dice que votarán en esas elecciones, según una encuesta del Pew Hispanic Center. (En contraste, 70 por ciento de todos los votantes registrados dice que van a votar.)
Diez millones de hispanos votaron en el 2008 pero, seguramente, menos lo harán este año. Entiendo la frustración con los Demócratas y su enojo con los Republicanos, pero no votar es un error. Disminuye nuestro poder como grupo, habrá menos candidatos hispanos que ganen y menos políticos que defiendan nuestros intereses. (Yo ya me registré y, aunque los dos partidos me han desilusionado, pienso votar por correo como independiente.)
El otro dilema tiene que ver con las cosas que queremos como hispanos. Todas las encuestas dicen que nuestras prioridades son: tener un trabajo decente, buenas escuelas para nuestros hijos y seguro médico. Pero el principal tema simbólico de los latinos es el de una reforma migratoria que legalizara a la mayoría de los 11 millones de indocumentados en el país.
Y en ese sentido no hemos logrado nada. Duele decirlo pero, en el aspecto migratorio, todo ha fracasado por una década. El primero en ofrecer una reforma a las leyes de migración fue el presidente George W. Bush. Pero luego llegaron los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001 y todo pasó a segundo plano.
Cuando el plan se revivió en el 2007, no se consiguieron ni siquiera los 60 votos en el senado para discutir la propuesta. Y hace solo unos días, en el Senado tampoco se obtuvo el apoyo mínimo para debatir el Dream Act, que podría legalizar a unos 800 mil estudiantes indocumentados. Las encuestas sugieren que los Republicanos van a ganar varios puestos en la Cámara de Representantes y en el Senado en las próximas elecciones, lo que dificultará aún más la discusión de los temas que favorecen a los inmigrantes. Esto quiere decir que una reforma migratoria total– que incluya la legalización de millones y un camino a la ciudadanía norteamericana- parece muerta a corto y mediano plazo. Entonces ¿qué hacemos? No llegan tantos indocumentados como antes pero los que ya están aquí no se van. Es cierto que ha disminuido el número de indocumentados que viene a Estados Unidos. Pero, al mismo tiempo, es imposible deportar a 11 millones y no hay un retorno masivo de inmigrantes a sus países de origen.¿Entonces?
Para resolver este problema, hay que ser prácticos. Sin apoyo Republicano no habrá reforma.
Y con su insistencia de seguridad en la frontera con México –que, por cierto, nunca estará totalmente segura- habrá que buscar otro plan, otro lenguaje y alcanzar compromisos. La prioridad es legalizar a los que ya están aquí, para proteger sus derechos y para que no vivan con miedo ni perseguidos. Tal vez un plan con dos votos en el Congreso –el primero para la legalización y un segundo,
años más tarde, para ofrecerle la ciudadanía a los que cumplan todos los requisitos- es una solución posible. No es la mejor pero parece más políticamente viable.
Me gustaría ver una encuesta que le preguntara a los indocumentados si aceptarían una legalización sin ciudadanía, como primer paso. Mi sospecha es que la mayoría diría que sí.
Entiendo perfectamente que no queremos en Estados Unidos a ciudadanos de segunda categoría. Pero si no pudimos conseguir la “ enchilada completa” –como solía decir el ex Secretario de Relaciones Exteriores de México, Jorge Castañeda- entonces vámonos por partes. Poco a poco.
La comunidad latina se encuentra en una encrucijada mayúscula. De cómo resolvamos estos dos dilemas –nuestra falta de poder político y la presencia de millones de indocumentados- depende en buena parte nuestro futuro y el de Estados Unidos.