Los muros no sirven. Las promesas incumplidas tampoco.
Cuando Joe Biden era candidato a la presidencia en el 2020 prometió, en una entrevista con la estación de radio NPR, que si él ganaba “no se construiría ni un pie más de muro” en la frontera con México.
Su promesa contrastaba con el deseo del entonces presidente Donald Trump de construir un muro en la mayoría de los 3,152 kilómetros que separan a los dos países.
La promesa de Biden estaba cargada de simbolismo y de apoyo a los migrantes.
La idea de no continuar con la construcción del muro significaba, también, darles un mejor trato a los extranjeros y alejarse de las declaraciones de Trump que, en el 2015, había dicho que los inmigrantes mexicanos eran “criminales” y “violadores”.
Además, la promesa de Biden recordaba la que había hecho Barack Obama a los latinos en el 2008 -también como candidato presidencial- comprometiéndose a tener “en el primer año (de su gobierno) una propuesta migratoria que yo pueda apoyar.”
En el 2009 los Demócratas tuvieron el control de la presidencia y de ambas cámaras del congreso, y Obama no cumplió su promesa. Biden no quería seguir el mismo camino de Obama.
En su primer día como presidente, Biden cumplió otra promesa que había hecho como candidato y envió al congreso una propuesta para legalizar a los más de 10 millones de indocumentados en el país.
Su propuesta no fructificó por la falta de apoyo de los Republicanos. Y esa es una importante asignatura pendiente. Pero Biden había cumplido su palabra. Ahora solo tenía que seguir firme y no construir “ni un pie más muro” en la frontera, como había prometido.
Sin embargo, rápidamente, las cosas se fueron deteriorando en la frontera. Tras el fin de la pandemia, que afectó gravemente las economías latinoamericanas, empezaron a llegar caravanas de inmigrantes a la frontera sur.
La desesperación era palpable. Familias con niños estaban cruzando la peligrosa selva del Darién en Panamá y burlando a los carteles de las drogas y a la guardia nacional en México para llegar al norte. Y aunque el gobierno estadounidense insistía en que la frontera no estaba abierta, la percepción de muchos inmigrantes era que Biden no era Trump y que, eventualmente, podrían entrar.
La percepción se hizo realidad.
En el 2021 se detuvieron a 1.7 millones de migrantes en la frontera, según cifras de la Patrulla Fronteriza. En el 2022 fueron 2.3 millones. Y en el año fiscal 2023 aumentaron a 2.4 millones, un récord.
El gobierno de Biden lo ha tratado todo para enfrentar esta gigantesca ola migratoria. Pero nada ha funcionado. Ni las amenazas ni los incentivos para solicitar la entrada desde otro país. El programa de la era de Trump -Quédate En México- solo dio un alivio temporal.
Y el esfuerzo para que los futuros asilados llenaran su solicitud de entrada a través de sus celulares -y la aplicación CBP ONE- solo funcionó por un tiempo hasta que el sistema fue desbordado por la gran cantidad de solicitantes.
Las imágenes de migrantes cruzando el río Bravo/Grande con agua hasta la cintura y con niños en los hombros volvieron a dominar las noticias. Hace solo unas semanas vi en Eagle Pass, Texas, como cientos de inmigrantes entraban a Estados Unidos sin que un solo agente los parara.
Y es en este contexto que Biden rompió su promesa.
A principios de octubre el gobierno de Biden aceptó construir unos 30 kilómetros más de muro.
El dinero había sido aprobado por el congreso cuando Trump era presidente y Biden no se opuso al proyecto. Podría haber puesto una demanda para no cumplir con la orden del congreso, según reportó The New York Times, pero Biden decidió no hacerlo.
Así comenzó el muro de Biden.
La construcción de ese pequeño tramo de muro coincide con otras decisiones que ha tomado el gobierno de Biden para intentar reducir la entrada de indocumentados. Como negociar con la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela para que acepte vuelos con deportados de Estados Unidos.
Al mismo tiempo, Estados Unidos ha suavizado sus sanciones económicas contra el régimen chavista.
Ante una reelección cada vez más complicada, Biden no quiere tener en el 2024 una frontera fuera de control.
Pero lo que Biden, Demócratas y Republicanos tienen que entender es que la migración no es como una maquinita que se puede prender y apagar a su gusto. Es un complicado sistema en que los más pobres y necesitados del continente se van a los lugares que consideran más seguros y con más oportunidades. En otras palabras, la migración no es algo que se pueda controlar. A lo más, se puede tratar de manejar.
Por eso resultan tan inútiles las reuniones de mandatarios, como la convocada en Palenque por el presidente mexicano, y la anunciada en Washington para el 3 de noviembre. De nada sirven las declaraciones de los presidentes y sus ingenuos planes ante el empuje de millones de personas que buscan una vida mejor. Nadie puede parar eso.
Y todo esto, en términos prácticos, significa que Estados Unidos tiene que aumentar significativamente el número de migrantes legales que acepta cada año. Un millón, aproximadamente, cada año no es suficiente.
Un número mucho más realista -basado en las cifras de indocumentados detenidos en la frontera- sería de dos a tres millones de inmigrantes legales por año.
Además, Estados Unidos tiene que modernizar y agilizar su sistema de procesamiento de migrantes y asilados.
A mí me tocó ver a cientos de frustrados inmigrantes en el norte de México intentando, a todas horas, hacer su solicitud de entrada legal a Estados Unidos en sus celulares. Pero el sistema, sencillamente, no se daba abasto.
Los 30 kilómetros de nuevo muro que construirá Biden en la frontera no servirán de nada. Los inmigrantes, sencillamente, se lo saltarán o se irán por otras rutas. Pero ahora, lo difícil, será volverle a creer a Biden.