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El Presidente y El Periodista
Escrito el 04 Mar 2022
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El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se equivoca al calificar de mercenarios y golpistas a los periodistas que legítimamente han cuestionado las fallas y las contradicciones de su gobierno.
No hay ninguna conspiración internacional ni ninguna campaña mediática contra él. AMLO debe gobernar todos y cada uno de sus seis años. Lo que hay son reporteros haciendo su trabajo. Y ese consiste en reportar la realidad (tal y como es, no como el gobernante quisiera que fuera) y cuestionar a los que tienen el poder.
Los ataques de López Obrador contra un grupo de comunicadores -entre los que me ha incluido- surgen tras los cuestionamientos periodísticos a miembros de su familia. Los ataques presidenciales a la prensa son, sin duda, un fallido intento de distraer la atención. Pero los problemas de fondo en su gobierno van mucho más allá de posibles conflictos personales y están a la vista de todos.
Mi principal crítica periodística al gobierno de López Obrador tiene que ver con la terrible violencia en México. El presidente, basándonos en cifras oficiales, ha fracasado en su principal obligación: proteger la vida de los mexicanos. Su sexenio está en camino de convertirse en el más violento del siglo.
No lo digo yo. Son las cifras de su Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. Cada día, en promedio, asesinan a 93 mexicanos. Desde que AMLO llegó al poder -el primero de diciembre del 2018 hasta el 31 de enero de este año- han asesinado a 107,879 mexicanos.
La estrategia presidencial de “abrazos, no balazos” no ha funcionado. Y lo peor es que, a mitad de su mandato, no está dispuesto a corregir. El resultado de esta incapacidad de rectificar se podría medir en miles de muertes más.
La violencia ha golpeado particularmente al gremio periodístico. Treinta y un periodistas han sido asesinados desde que AMLO es presidente, según la organización Artículo 19. Desde luego, no son crímenes de estado. Pero la impunidad y la falta de protección al trabajo periodístico es casi total.
La situación es tan grave que el mismo día de la invasión rusa a Ucrania, el Secretario de Estado, Anthony Blinken, expresó en Twitter su preocupación por las muertes y amenazas a los periodistas mexicanos. Y poco después la Casa Blanca dijo que dicha preocupación se basaba en “hechos”.
En respuesta el gobierno de México enviaría una carta de protesta al Secretario Blinken, diciendo que sus representantes solo rinden cuentas a los ciudadanos mexicanos.
Informar sobre la violencia en México no es golpetear. Se trata de destacar el principal problema del país. Eso es lo que hacen los periodistas. ¿Acaso quisiera el presidente que no habláramos de la violencia que hunde al país? Imposible. Ese aparente deseo presidencial me recuerda tanto la canción de la película Encanto de Disney: “No se habla de Bruno, no, no, no”. Pero en la realidad sí hay que hablar de lo que está matando a tantos mexicanos.
Mi mantra es que, ante los ataques personales, más periodismo.
Es fácil saber cómo me he ganado la vida: salí de México huyendo de la censura, desde el primero de enero de 1984 trabajo en la cadena Univisión en Estados Unidos, he escrito 14 libros y publico una columna semanal en decenas de diarios del continente. Cuando comencé a trabajar en la televisión estadounidense AMLO apenas tenía 30 años de edad. Solo he hecho periodismo independiente y eso es lo que pienso seguir haciendo.
En casi cuatro décadas he cubierto varias guerras, atentados terroristas, catástrofes, elecciones y entrevistado a los personajes más disímiles de la historia, desde la izquierda (Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega…) hasta la derecha (Carlos Salinas de Gortari, Álvaro Uribe, Benjamín Netanyahu…). Y creo que he incomodado por igual a los dos lados: Donald Trump me sacó con un guardaespaldas de una conferencia de prensa y el dictador Nicolás Maduro me detuvo en el Palacio de Miraflores, se robó nuestro equipo de televisión y luego me deportó de Venezuela.
Cuento esto para sostener la teoría de que nuestro papel como periodistas es ser contrapoder. Siempre hay que estar del otro lado del poder, no importa quien sea. Al igual como ahora criticamos a López Obrador antes lo hicimos con los brutales y asesinos regímenes priistas y con los presidentes que le siguieron. Critiqué duramente a Felipe Calderón y a Enrique Peña Nieto y ninguno de los dos me quiso dar una entrevista como gobernante. Incluso a Peña Nieto lo califiqué en una columna como “el peor presidente” que ha tenido México en su historia moderna. ¿Así o más parejo?
Y el presidente López Obrador sabe todo esto perfectamente. Durante décadas he reportado sobre la carrera de AMLO -en www.jorgeramos.com está nuestra entrevista en el 2017– y en tres ocasiones he entrado a Palacio Nacional para hacerle preguntas en la “mañanera”. Es difícil pensar que todo eso hubiera ocurrido si no creyera que soy un periodista confiable. Yo sigo haciendo exactamente lo mismo. Pero él no. Ni modo.
Lo único que tenemos los periodistas es la credibilidad. Nada más. Nada menos. Y la escritora y corresponsal italiana Oriana Fallaci tenía un párrafo muy poderoso sobre cómo proteger esa credibilidad. Dijo: “Para mí, ser periodista significa ser desobediente. Y ser desobediente significa ser oposición. Y para ser oposición, tienes que contar la verdad. Y la verdad es siempre lo opuesto a lo que la gente dice.”
Espero siempre seguir el consejo de la Fallaci.
Jorge Ramos, Escribiendo para el periódico La Voz desde 1998
No hay ninguna conspiración internacional ni ninguna campaña mediática contra él. AMLO debe gobernar todos y cada uno de sus seis años. Lo que hay son reporteros haciendo su trabajo. Y ese consiste en reportar la realidad (tal y como es, no como el gobernante quisiera que fuera) y cuestionar a los que tienen el poder.
Los ataques de López Obrador contra un grupo de comunicadores -entre los que me ha incluido- surgen tras los cuestionamientos periodísticos a miembros de su familia. Los ataques presidenciales a la prensa son, sin duda, un fallido intento de distraer la atención. Pero los problemas de fondo en su gobierno van mucho más allá de posibles conflictos personales y están a la vista de todos.
Mi principal crítica periodística al gobierno de López Obrador tiene que ver con la terrible violencia en México. El presidente, basándonos en cifras oficiales, ha fracasado en su principal obligación: proteger la vida de los mexicanos. Su sexenio está en camino de convertirse en el más violento del siglo.
No lo digo yo. Son las cifras de su Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. Cada día, en promedio, asesinan a 93 mexicanos. Desde que AMLO llegó al poder -el primero de diciembre del 2018 hasta el 31 de enero de este año- han asesinado a 107,879 mexicanos.
La estrategia presidencial de “abrazos, no balazos” no ha funcionado. Y lo peor es que, a mitad de su mandato, no está dispuesto a corregir. El resultado de esta incapacidad de rectificar se podría medir en miles de muertes más.
La violencia ha golpeado particularmente al gremio periodístico. Treinta y un periodistas han sido asesinados desde que AMLO es presidente, según la organización Artículo 19. Desde luego, no son crímenes de estado. Pero la impunidad y la falta de protección al trabajo periodístico es casi total.
La situación es tan grave que el mismo día de la invasión rusa a Ucrania, el Secretario de Estado, Anthony Blinken, expresó en Twitter su preocupación por las muertes y amenazas a los periodistas mexicanos. Y poco después la Casa Blanca dijo que dicha preocupación se basaba en “hechos”.
En respuesta el gobierno de México enviaría una carta de protesta al Secretario Blinken, diciendo que sus representantes solo rinden cuentas a los ciudadanos mexicanos.
Informar sobre la violencia en México no es golpetear. Se trata de destacar el principal problema del país. Eso es lo que hacen los periodistas. ¿Acaso quisiera el presidente que no habláramos de la violencia que hunde al país? Imposible. Ese aparente deseo presidencial me recuerda tanto la canción de la película Encanto de Disney: “No se habla de Bruno, no, no, no”. Pero en la realidad sí hay que hablar de lo que está matando a tantos mexicanos.
Mi mantra es que, ante los ataques personales, más periodismo.
Es fácil saber cómo me he ganado la vida: salí de México huyendo de la censura, desde el primero de enero de 1984 trabajo en la cadena Univisión en Estados Unidos, he escrito 14 libros y publico una columna semanal en decenas de diarios del continente. Cuando comencé a trabajar en la televisión estadounidense AMLO apenas tenía 30 años de edad. Solo he hecho periodismo independiente y eso es lo que pienso seguir haciendo.
En casi cuatro décadas he cubierto varias guerras, atentados terroristas, catástrofes, elecciones y entrevistado a los personajes más disímiles de la historia, desde la izquierda (Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega…) hasta la derecha (Carlos Salinas de Gortari, Álvaro Uribe, Benjamín Netanyahu…). Y creo que he incomodado por igual a los dos lados: Donald Trump me sacó con un guardaespaldas de una conferencia de prensa y el dictador Nicolás Maduro me detuvo en el Palacio de Miraflores, se robó nuestro equipo de televisión y luego me deportó de Venezuela.
Cuento esto para sostener la teoría de que nuestro papel como periodistas es ser contrapoder. Siempre hay que estar del otro lado del poder, no importa quien sea. Al igual como ahora criticamos a López Obrador antes lo hicimos con los brutales y asesinos regímenes priistas y con los presidentes que le siguieron. Critiqué duramente a Felipe Calderón y a Enrique Peña Nieto y ninguno de los dos me quiso dar una entrevista como gobernante. Incluso a Peña Nieto lo califiqué en una columna como “el peor presidente” que ha tenido México en su historia moderna. ¿Así o más parejo?
Y el presidente López Obrador sabe todo esto perfectamente. Durante décadas he reportado sobre la carrera de AMLO -en www.jorgeramos.com está nuestra entrevista en el 2017– y en tres ocasiones he entrado a Palacio Nacional para hacerle preguntas en la “mañanera”. Es difícil pensar que todo eso hubiera ocurrido si no creyera que soy un periodista confiable. Yo sigo haciendo exactamente lo mismo. Pero él no. Ni modo.
Lo único que tenemos los periodistas es la credibilidad. Nada más. Nada menos. Y la escritora y corresponsal italiana Oriana Fallaci tenía un párrafo muy poderoso sobre cómo proteger esa credibilidad. Dijo: “Para mí, ser periodista significa ser desobediente. Y ser desobediente significa ser oposición. Y para ser oposición, tienes que contar la verdad. Y la verdad es siempre lo opuesto a lo que la gente dice.”
Espero siempre seguir el consejo de la Fallaci.
Jorge Ramos, Escribiendo para el periódico La Voz desde 1998
Jorge Ramos