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La Casa Que Quema
Escrito el 28 Dec 2015
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Ejercer el periodismo libre en México es, en ocasiones, casi un hecho heroico. Unos 80 periodistas han sido asesinados en una década y muchos más son reprimidos. Este es el caso de los autores del valiente libro “La Casa Blanca de Peña Nieto”.
Los mexicanos siempre habíamos sospechado que nuestros presidentes y ex presidentes se aprovechaban de sus puestos y de sus contactos para beneficiarse. Veíamos las casas, los viajes y los lujos, pero nunca les pudimos probar nada. Hasta ahora.
La extraordinaria investigación del nuevo libro no deja dudas sobre el conflicto de interés, la corrupción y la censura en México.
Los autores concluyen, con datos y documentos, que el presidente de México, Enrique Peña Nieto, y su esposa, Angélica Rivera, obtuvieron una casa valorada en millones de dólares de un contratista del gobierno. Y las filiales de ese contratista — Grupo Higa — “ganaron más de 8,000 millones de pesos” (unos 660 millones de dólares), según la investigación, cuando Peña Nieto fue gobernador del Estado de México. Actualmente tienen contratos por millones más con el gobierno federal — incluyendo unos para el hangar presidencial, la carretera Guadalajara–Colima y un gigantesco acueducto.
¿Dónde está el conflicto de interés? Aquí: El contratista se encargó de construir la casa “sin pedir pago alguno durante casi dos años y medio”, establece el reportaje. “De ese modo, el empresario le financió a Angélica Rivera una lujosa residencia sin adelanto económico, sin enganches ni contrato. ¿Qué ciudadano tiene tales beneficios?” Además, la venta de la casa fue por un valor muy inferior — 54 millones de pesos (o 4.5 millones de dólares del 2012) — al avalúo independiente hecho por los periodistas.
El investigador del gobierno, Virgilio Andrade, no vio nada raro en su pesquisa oficial. “Las relaciones no están prohibidas”, dijo. “Se tiene que probar la materialización de los beneficios.”
¿Qué más beneficio que pagar menos por una casa, no hacer ningún pago durante más de dos años y recibir un financiamiento privilegiado? Eso en cualquier parte del mundo se llama corrupción. Bueno, quizás en México no.
¿Le dieron una casa al presidente y a su esposa a cambio de contratos gubernamentales? le pregunté a los periodistas Daniel Lizárraga y Sebastián Barragán, dos de los escritores del libro (junto a Rafael Cabrera e Irving Huerta). “Sí, ese es el corazón del reportaje”, me dijo Lizárraga. “Si eso no es un tráfico de influencias ¿ante qué estamos?”
Este no es un problema de percepción, como sugirió el presidente Peña Nieto. “Estoy consciente y reconozco que estos acontecimientos dieron lugar a interpretaciones que lastimaron e incluso indignaron a muchos mexicanos,” dijo antes de disculparse. Pero la culpa no es de los mexicanos que creyeron que había algo podrido. La culpa es del presidente y de su esposa.
Lo más indignante de todo, para muchos mexicanos, es que los periodistas que hicieron la denuncia perdieron su trabajo. La mayor parte del equipo de Carmen Aristegui — quien firme y honorablemente ha sido la cara pública y la voz en esta denuncia — fue despedida, con una excusa, de la radiodifusora donde laboraban. Pero para ellos está claro que se trató de un caso de censura.
¿Hubo censura directa de Los Pinos en este caso? “Yo creo que sí”, me dijo Lizárraga. “Yo creo que no querían que se supiera de la existencia de la casa”. ¿Los han podido callar? “No”, me dijo Barragán. “Seguimos trabajando y es probable que haya un relanzamiento del equipo (de Carmen Aristegui).
Pero sí te puedo asegurar que en breve sacaremos nueva información.”
La historia es implacable. Cuando Peña Nieto deje la presidencia será recordado por la ventajosa manera en que llegó a Los Pinos, por los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, por la escapatoria del Chapo y por una casa que le quemó la reputación.
México es un país que, en general, odia a sus ex presidentes. Tenemos razones de sobra. Y la venganza llega cuando dejan el poder. Peña Nieto entenderá demasiado tarde que no hay nada más triste y solitario que un ex presidente joven quien constantemente se está recordado — en la calle, en las redes sociales, en los lugares públicos — de que lo descubrieron en la trampa.
Vendió su reputación por una casa y eso no se puede pintar de blanco.
Los mexicanos siempre habíamos sospechado que nuestros presidentes y ex presidentes se aprovechaban de sus puestos y de sus contactos para beneficiarse. Veíamos las casas, los viajes y los lujos, pero nunca les pudimos probar nada. Hasta ahora.
La extraordinaria investigación del nuevo libro no deja dudas sobre el conflicto de interés, la corrupción y la censura en México.
Los autores concluyen, con datos y documentos, que el presidente de México, Enrique Peña Nieto, y su esposa, Angélica Rivera, obtuvieron una casa valorada en millones de dólares de un contratista del gobierno. Y las filiales de ese contratista — Grupo Higa — “ganaron más de 8,000 millones de pesos” (unos 660 millones de dólares), según la investigación, cuando Peña Nieto fue gobernador del Estado de México. Actualmente tienen contratos por millones más con el gobierno federal — incluyendo unos para el hangar presidencial, la carretera Guadalajara–Colima y un gigantesco acueducto.
¿Dónde está el conflicto de interés? Aquí: El contratista se encargó de construir la casa “sin pedir pago alguno durante casi dos años y medio”, establece el reportaje. “De ese modo, el empresario le financió a Angélica Rivera una lujosa residencia sin adelanto económico, sin enganches ni contrato. ¿Qué ciudadano tiene tales beneficios?” Además, la venta de la casa fue por un valor muy inferior — 54 millones de pesos (o 4.5 millones de dólares del 2012) — al avalúo independiente hecho por los periodistas.
El investigador del gobierno, Virgilio Andrade, no vio nada raro en su pesquisa oficial. “Las relaciones no están prohibidas”, dijo. “Se tiene que probar la materialización de los beneficios.”
¿Qué más beneficio que pagar menos por una casa, no hacer ningún pago durante más de dos años y recibir un financiamiento privilegiado? Eso en cualquier parte del mundo se llama corrupción. Bueno, quizás en México no.
¿Le dieron una casa al presidente y a su esposa a cambio de contratos gubernamentales? le pregunté a los periodistas Daniel Lizárraga y Sebastián Barragán, dos de los escritores del libro (junto a Rafael Cabrera e Irving Huerta). “Sí, ese es el corazón del reportaje”, me dijo Lizárraga. “Si eso no es un tráfico de influencias ¿ante qué estamos?”
Este no es un problema de percepción, como sugirió el presidente Peña Nieto. “Estoy consciente y reconozco que estos acontecimientos dieron lugar a interpretaciones que lastimaron e incluso indignaron a muchos mexicanos,” dijo antes de disculparse. Pero la culpa no es de los mexicanos que creyeron que había algo podrido. La culpa es del presidente y de su esposa.
Lo más indignante de todo, para muchos mexicanos, es que los periodistas que hicieron la denuncia perdieron su trabajo. La mayor parte del equipo de Carmen Aristegui — quien firme y honorablemente ha sido la cara pública y la voz en esta denuncia — fue despedida, con una excusa, de la radiodifusora donde laboraban. Pero para ellos está claro que se trató de un caso de censura.
¿Hubo censura directa de Los Pinos en este caso? “Yo creo que sí”, me dijo Lizárraga. “Yo creo que no querían que se supiera de la existencia de la casa”. ¿Los han podido callar? “No”, me dijo Barragán. “Seguimos trabajando y es probable que haya un relanzamiento del equipo (de Carmen Aristegui).
Pero sí te puedo asegurar que en breve sacaremos nueva información.”
La historia es implacable. Cuando Peña Nieto deje la presidencia será recordado por la ventajosa manera en que llegó a Los Pinos, por los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, por la escapatoria del Chapo y por una casa que le quemó la reputación.
México es un país que, en general, odia a sus ex presidentes. Tenemos razones de sobra. Y la venganza llega cuando dejan el poder. Peña Nieto entenderá demasiado tarde que no hay nada más triste y solitario que un ex presidente joven quien constantemente se está recordado — en la calle, en las redes sociales, en los lugares públicos — de que lo descubrieron en la trampa.
Vendió su reputación por una casa y eso no se puede pintar de blanco.