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La catástrofe como reflexión
Escrito el 13 Jan 2005
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Las imágenes de la catástrofe están aún presentes en todos nosotros. Cuando aún nos resulta difícil comprender cómo pudieron en sólo unas horas morir cientos de miles de personas, escuchamos en los medios las primeras reflexiones: cómo se podría haber evitado, cómo hay que actuar y qué sistemas de prevención han de instalarse para combatir en el futuro un suceso similar. Nuestras reflexiones deberían ir sin embargo más allá. Si reconocemos como especie que el ser humano se ha convertido en una amenaza para el planeta, deberíamos entonces comprender que la naturaleza esté tomando sus propias medidas para defenderse de nosotros. El planeta Tierra dista mucho de ser un trozo de roca inerte dando vueltas por el universo, siendo más bien un organismo superior, con vida propia, que durante millones de años se ha mantenido en un perfecto equilibrio gracias a las leyes de la naturaleza, que vuelven a restaurar el orden allí donde se ha perdido.
Precisamente nuestra civilización representa hoy día la amenaza más grande para el planeta, con la contaminación del aire, de las aguas y de la tierra, el calentamiento de la atmósfera, la devastación de las selvas del planeta, la basura atómica, el trato cruel y sanguinario a los animales en granjas de explotación masiva y en laboratorios, y un largo etc. Si los seres humanos nos hemos convertido en un virus peligroso para el planeta, no debería sorprendernos que la naturaleza ponga en marcha sus propios mecanismos, y desate sus increíbles fuerzas contra el “intruso”. En las noticias pudimos comprobarlo: en el escenario dantesco de la muerte, la mayoría de los árboles seguían ahí, indemnes, al igual que los animales salvajes de la zona, que pudieron sobrevivir al suceso. Sólo las personas fueron, literalmente, diezmadas.
Mientras el hombre no consiga vivir en armonía con los reinos de la naturaleza, debería contar con nuevas cosechas indeseadas, que no son sino el efecto lógico de lo sembrado por nosotros mismos. No es la venganza del planeta Tierra, sino su esfuerzo por restablecer el equilibrio perdido.
La reflexión final sobre las advertencias que nos está dando nuestro planeta la ha de hacer cada uno. Así como el dar los pasos hacia una convivencia pacífica con nuestro medio ambiente.
Precisamente nuestra civilización representa hoy día la amenaza más grande para el planeta, con la contaminación del aire, de las aguas y de la tierra, el calentamiento de la atmósfera, la devastación de las selvas del planeta, la basura atómica, el trato cruel y sanguinario a los animales en granjas de explotación masiva y en laboratorios, y un largo etc. Si los seres humanos nos hemos convertido en un virus peligroso para el planeta, no debería sorprendernos que la naturaleza ponga en marcha sus propios mecanismos, y desate sus increíbles fuerzas contra el “intruso”. En las noticias pudimos comprobarlo: en el escenario dantesco de la muerte, la mayoría de los árboles seguían ahí, indemnes, al igual que los animales salvajes de la zona, que pudieron sobrevivir al suceso. Sólo las personas fueron, literalmente, diezmadas.
Mientras el hombre no consiga vivir en armonía con los reinos de la naturaleza, debería contar con nuevas cosechas indeseadas, que no son sino el efecto lógico de lo sembrado por nosotros mismos. No es la venganza del planeta Tierra, sino su esfuerzo por restablecer el equilibrio perdido.
La reflexión final sobre las advertencias que nos está dando nuestro planeta la ha de hacer cada uno. Así como el dar los pasos hacia una convivencia pacífica con nuestro medio ambiente.