La Frontera Indomable

P or supuesto que hay una crisis en la frontera entre México y Estados Unidos. Es una crisis humanitaria. Casi dos millones y medio de personas han cruzado ilegalmente en el último año, según reporta la Patrulla Fronteriza.[i] Esto es un récord.

Pero no hay ninguna justificación para la crueldad de engañar y enviar a refugiados, sobre todo venezolanos, a un lugar que desconocen.Empecemos por la realidad. La frontera entre México y Estados Unidos nunca va a estar totalmente asegurada. Es porosa por naturaleza y por historia. De sus 1993 millas de largo, solo hay barreras o cercas en unas 700 millas.[ii] El resto está lleno de huecos. Y por más agentes que se pongan en los espacios abiertos, desiertos y montañas, es prácticamente imposible cerrarla al tráfico de inmigrantes a pie.
Además, históricamente, los límites fronterizos fueron impuestos de manera arbitraria luego de la guerra entre México y Estados Unidos en 1848. Esto dejó familias, costumbres y trabajos divididos. Y un constante movimiento de personas y mercancías de un lado a otro.

La frontera es una raya que se salta todo el tiempo, con papeles y sin ellos.
Así que cuando los Republicanos dicen que están dispuestos a negociar una reforma migratoria -y la legalización de 10 millones de indocumentados[iii]- luego que se asegure la frontera, en realidad lo que están diciendo es que eso nunca va a ocurrir. Esa frontera está indefensa, desprotegida. Así nació y así sigue. Ni el traicionero río Bravo/Grande puede detener a la mayoría de los que quieren cruzar.

La actual crisis en la frontera se debe a su vulnerabilidad -geográfica e histórica- y a que millones están huyendo del sur del continente luego de lo peor de la pandemia. Ellos han votado con sus pies.
Y prefieren enfrentarse a los peligros del trayecto -y a los agentes de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos- que quedarse en sus países con hambre, violencia, enfermedades y sin oportunidades para sus hijos.
Y el deseo y la necesidad de emigrar aumenta para los que viven en dictaduras brutales. Un ejemplo: Venezuela. Casi siete millones de venezolanos han huido de su país, según ACNUR.[iv] Hay muchas razones que los empujan fuera de Venezuela, incluyendo la represión política.

“El estado venezolano utiliza los servicios de inteligencia y sus agentes para reprimir la disidencia en el país”, dice un reciente informe de la Oficina del Alto Comisionado de los Derechos Humanos de la ONU[v]. “Esto conduce a la comisión de graves delitos y violaciones a los derechos humanos, incluidos actos de tortura y violencia sexual.”

El informe acusa al régimen de Nicolás Maduro de “crímenes de lesa humanidad, cometidos a través de los organismos de inteligencia del Estado, orquestados por personas en los niveles más altos de autoridad.”
Imposible culpar a un venezolano que huye de su país. Al contrario, deberíamos de darles refugio y protección. Pero el gobernador de la Florida, Ron DeSantis, en lugar de ayudarlos, envió a unos 50 venezolanos en un vuelo fletado desde Texas hasta Martha’s Vineyard en Massachussets, con una parada en la Florida. Los inmigrantes dicen haber sido engañados y, con la ayuda de un grupo de abogados y aprendiendo muy rápido, presentaron una demanda.[vi] Me parece maravilloso un sistema de sistema de justicia que le permite a un recién llegado demandar a un gobernador. En pocos países se ve esto.

La decisión de DeSantis fue calificada por muchos como “cruel”.[vii] Pero lo mismo, exactamente, ha estado haciendo el gobernador de Texas, en autobuses. Miles de inmigrantes, detenidos en Texas, han sido enviados a ciudades como Nueva York, Washington y Chicago,[viii] a pesar de que su destino final era otro.
Ambos gobernadores querían llamar la atención sobre la situación en la frontera y lo lograron. Pero jugando con la vida de muchos inmigrantes y sin ofrecer soluciones concretas.

Al final de cuentas, nada cambia en la frontera con el vuelo de DeSantis y los autobuses de Abbott. El borde está desbordado. Solo en el pasado mes de agosto entraron, sin documentos, más de 251 mil inmigrantes.
Poco se puede hacer para evitar que tantos migrantes salgan de su país. Invertir en el sur, incluso con las mejores intenciones, tomará años para dar resultados. Ante esta crisis humanitaria, Estados Unidos sigue demostrando que tiene la capacidad económica para absorber a estos recién llegados.

Un reciente reportaje en The New York Times cuenta cómo un inmigrante venezolano llegó sin nada a Washington D.C. en julio y ahora tiene un trabajo que le paga hasta 700 dólares a la semana. Este es el tipo de historias personales que se repiten una y otra vez en América Latina y que alimentan la idea del “sueño americano”.

El deseo humano por una vida mejor es mucho más poderoso que cualquier barrera física. Esta es una frontera indomable.
Y nuestra obligación, independientemente de las cifras, es tratar a estos inmigrantes y refugiados como quisiéramos que nos trataran a nosotros. Engañar a los inmigrantes para ganar puntos políticos es, también, engañarnos a nosotros.
Jorge Ramos

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