Miles de mujeres, hombres y niños cruzan el desierto en busca de una vida mejor en Estados Unidos pero, año tras año, muchos mueren en el intento y de manera anónima.
Desde hace un tiempo, una artista y activista en Arizona, junto a un grupo de colegas, rescata lo que estos inmigrantes han dejado en su camino fatal –abrigos, calzado, bolsas- y lo transforma en esculturas y obras de arte que ahora forman parte del mismo desierto que los vio morir. Con esta labor, dice Valarie James, la muerte recobra vida en memoria de tantos seres sin nombre.
Y esto le abrió la mente y el espíritu al mundo de los más débiles, aquellos que carecen de poder. En los años ochenta, James, quien tiene 53 años, participó activamente, como artista solidaria, en el Movimiento Santuario en la costa oeste de Estados Unidos, brindando asistencia a los refugiados que escapaban la represión de gobiernos militares en Centro América, solventada con dólares de EU. No es de extrañar entonces que esta mujer descubriera hace cinco años y medio lo que a su juicio es hoy su lugar en el mundo; un pequeño rincón en el desierto de Arizona, a pocos kilómetros de la frontera con México, donde cientos de inmigrantes perecen en su intento por llegar al Norte.Valarie James sabe muy bien la relación entre el arte y el sufrimiento. El uso de la expresión artística como terapia le permitió durante mucho tiempo conectar de manera profunda con gente de mil raleas, en diversas partes del globo, desde Inglaterra hasta Alaska, pasando por Puerto Rico.