La sociedad cara a cara con la violencia
En el 40 por ciento de los hogares norteamericanos hay un arma de fuego; en uno de cada cuatro hay una pistola escondida en un cajón. Se venden al año cerca de dos millones de pistolas y más de cuatro millones de armas de fuego en general.
Una de ellas, seguramente, fue la que utilizó Cho Seung-Hui para perpetrar la masacre de Virginia Tech, que dejó 33 muertos. Este enorme arsenal, en su mayor parte perfectamente amparado por las leyes, es utilizado para matar cada año a más de 11 mil personas en este país, cuatro veces más que los muertos en el World Trade Center o en la guerra de Irak.
Las armas de fuego son también el instrumento de más de 17 mil suicidios y de más de 700 muertes producidas por accidentes domésticos.
Visto desde el más violento de los países europeos, donde el número de asesinatos cometidos por armas de fuego no sobrepasa la cifra de unos pocos cientos al año, puede pensarse que el espantoso episodio de Virginia Tech, donde un solo hombre con dos pistolas mató a 32 personas, obligará a Estados Unidos a replantearse la permisividad en la compra y posesión de armas de fuego, que esto será como el 9-11 del control de armas, una fecha histórica tras la cual todo cambiará.
Visto desde Washington, a unos 350 kilómetros del lugar en el que se produjo la tragedia, a unos 100 kilómetros de la ciudad en que vivió el asesinado y a unos 20 kilómetros de la tienda de armas más próxima -la venta no es legal es el Distrito de Columbia, pero sí en el vecino estado de Virginia-, el panorama es diferente. Una prueba de este estado de cosas es el hecho de que ninguno de los candidatos presidenciales en liza, ni los más a la izquierda ni los más a la derecha, se han referido aún a ese asunto.