La Voz Presenta: NUESTRO ORGULLO HISPANO
Que difícil es la vida cuando se nos van nuestros papás…
De esta manera iniciamos el reportaje de Nuestro Orgullo Hispano de esta edición y créanme que me causa dolor describir la historia de él y su familia; pero lo hago, con el propósito que veamos en ellos un ejemplo digno de seguir y con la intención de saber que mediante el esfuerzo, la dedicación y el valor, podemos al igual que ellos las adversidades superar.
Roberto Guillermo Ramírez y su esposa Carmen, de los estados de Jalisco y Colima, México, respectivamente, decidieron contraer matrimonio en la ciudad de Cihuatlán, Jalisco, México en el año de 1987; pese a su corto noviazgo de apenas 4 meses, han vivido el amor intensamente hasta hoy en día. Ante la crítica situación por la que atraviesa toda nueva pareja, Roberto y Carmen analizaron la posibilidad de venir a probar suerte al "país de las oportunidades". Roberto fue el primero en tomar el riesgo y en pocos meses inició el envío de remesas con la intención de construir la casa de sus sueños. Carmen, nos dice que el dinero alcanzaba tan sólo para comida, vestimenta y alguna que otra necesidad de Ana (la niña de ambos que él había dejado de 9 meses de edad), y así paso el tiempo hasta que un tío le dijo: "M'hija, creo que la estás regando… jodidos pero juntos; que se venga o te vas". Se le quedaron bien grabadas esas palabras y le mandó una carta a Roberto: "O te vienes o me voy"… ¡Se vino!
"Llegamos Ana, Carmen y yo, a Fresno, California, donde mi familia y, tu sabes, por muy bien que te traten nunca será igual como si estuvieras en tu propia casa, fueron días difíciles la falta de documentos no nos permitía agarrar buenos trabajos Carmen trabajaba por 400 dólares al mes y yo apenas 385 por quincena; no veíamos cuándo y por dónde comenzar. Nos íbamos de compras a la tienda y por casi dos millas caminábamos porque no teníamos un carro; nos vestíamos con ropa de segunda porque no podíamos darnos el lujo de estrenar. Muchas veces lloramos, nos culpamos y nos preguntamos qué hacer, había algo que no encajaba. Sí éste, dicen es el país de las oportunidades, por qué nosotros no tenemos tan siquiera una. Carmen, tenía un tío que nos invitó a venir a Pasco y en la desesperación vendimos lo poco que teníamos "para un par de galones de gas en el camino" y, la batalla continuó, quizás peor porque debíamos comenzar otra vez de cero. "Comencé a trabajar de 'busboy' en un restaurante pero no me gustó vestirme de pingüino, como que no iba con mi personalidad, soy más ranchero y como que andar de 'moño', no me gustó.
Decididos a regresar a California, el tío de Carmen insistió que nos quedáramos y prometió ayudarnos a buscar nuevas oportunidades de trabajo. Pronto comencé a trabajar en Garibaldi y mi esposa en Casa Chapala y con la primera quincena de trabajo, rentamos una casa a donde nos movimos y aunque no teníamos una cama donde dormir; el piso se nos hacía tan confortable, tan tranquilo que aún no lo puedo explicar.
Con el paso del tiempo, dice Carmen, "Roberto aprendió a cocinar comida mexicana y yo a servir mesas, atender clientes, aprender inglés, en sí aprendí el arte de administrar. Recuerdo que el 80% de los clientes eran americanos y no sabía ni cómo decir sal; pero cada palabra que escuchaba la pronunciaba una y otra vez hasta memorizar. Un día me atreví a acercarme a los clientes y les dije: "Hi, amigo how are you today? Aunque aprendí muy rápido, creo que es mejor que las personas que vienen a este país, se den la oportunidad de aprender en la escuela y si tienen hijos nos los priven de recibir educación. Es triste ver en el campo a niños y jóvenes en actividades agrícolas cuando su accionar debería estar en la educación escolar.
Luego de dos años de trabajo pudimos comprar nuestra propia casa, en la que muchas personas han vivido de huéspedes sin tener que pagar ni un céntimo. Una de ellas, Estela Licon, tuvimos el privilegio de entregarla en matrimonio. Creo que ayudar a la gente, nos ofrece una satisfacción enorme y mi hija continúa esta enseñanza de ayudar a los demás. Después de 11 años de trabajo nos fuimos hacia México, y aunque pedimos permisos en nuestros trabajos a nuestro regreso las cosas habían cambiado, tanto que nos vimos obligados a establecer nuestro propio restaurante.
Como propietarios tuvimos nuevos retos, incluso soportamos comentarios negativos de personas que nos preguntaban que pensábamos vender ¿palomitas o qué? Algo que jamás hemos de olvidar porque nos hizo llorar en muchas oportunidades fue ver a nuestros hijos Ana y Carlos que luego de venir de la escuela se acostaban a dormir en su camita, sí es que podemos llamarle camita a un par de colchas tiradas bajo el mostrador. Nuestros hijos han sido buenos soldados en esta batalla de nunca acabar. Algo más que viene a mi memoria, es el favor que mal intencionadamente nos hizo una persona; llamaron a agentes de migración que con apellido y nombre se llevaron a Roberto; esta situación en lugar de perjudicarnos, agilizó aún más nuestros trámites de legalización.
Hoy contamos con dos restaurantes: "México Lindo y Que Rico", en donde servimos lo mejor de la comida mexicana y "El Dorado", que ofrece además de comida tradicional mexicana, ricos mariscos, buffet, costilla de puerco y pollo asado preparados por el cocinero Víctor Caldera, quien es además un excelente pintor y decorador. De jueves a domingo, El Dorado ofrece música en vivo y karaoke, todo, en ambiente familiar.
Finalmente, quisiera decirles que los retos del quehacer los hemos vencido uno a uno y conocemos que la batalla de vivir la vida no termina, que son nuestros hijos Ana, Roberto Carlos y Andrea (la pequeña nenita de casa, la consentida, la traviesa de 3 años), nuestra fuerza para luchar.