Los 19 meses de investigación del fiscal especial Robert Mueller han revelado el desprecio a la verdad que reina en la corte de Donald Trump
WASHINGTON, DC – La mentira está en el centro de la administración Trump desde su llegada misma a la Casa Blanca, cuando el entonces secretario de prensa, Sean Spicer, soltó la falsedad, fácilmente demostrable, de que su investidura presidencial fue la más multitudinaria de la historia. Kellyanne Conway, consejera de Trump, preguntada en la NBC por la trola que había soltado su compañero sin despeinarse, acuñó la memorable expresión de “hechos alternativos”. La autora de tan brillante eufemismo pertenece hoy al selecto 35% de supervivientes políticos de esa corte (compuesta por “solo lo mejor”, en palabras del propio Trump) de la que se rodeó el 45º presidente para cumplir el mandato del pueblo estadounidense. Muchos de los cortesanos que llegaron con él se encuentran en una situación muy delicada, dos años después, por culpa de sus mentiras.
Michael Cohen, exabogado y hombre de confianza de Trump, reconoció la semana pasada que mintió ante el Congreso sobre los negocios del hoy presidente en Moscú. Mintió también, según admitió en agosto, sobre sus pagos para silenciar un escándalo sexual. Mintió al FBI George Papadopoulus, exconsejero del presidente, sobre sus contactos con intermediarios rusos. Mintió el exasesor político Roger Stone, según el fiscal especial Robert Mueller, al decir que no tuvo conocimiento de que WikiLeaks iba a publicar los correos electrónicos de Hillary Clinton.
Mintió a los agentes federales Michael Flynn, exconsejero de Seguridad Nacional, y ahora colabora con ellos para eludir las consecuencias de sus falsedades Mintió el exgerente de la campaña Paul Manafort.
Y, cuando decidió cooperar con la investigación sobre la trama rusa, no hizo otra cosa que volver a mentir, según han denunciado los investigadores.