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Ingrid Betancourt: El Fin Del Silencio
Escrito el 30 Sep 2010
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El silencio de Ingrid Betancourt terminó. En su último libro nos cuenta cómo sobrevivió seis años y medio de cautiverio en manos de los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). El libro –escrito en francés- es un grito de indignación ante sus captores.
Pero, sobre todo, es un grito de libertad. No Hay Silencio Que No Termine es un libro fascinante y terrible a la vez, escrito por una mujer extraordinaria y polémica que, a pesar de todo, nunca ha dejado de ser ella misma. Ingrid es una sobreviviente en el máximo sentido de la palabra: de la selva, de la violencia, de la política, de las fuerzas más oscuras. ¿Por qué escribir sobre los peores años de tu vida? Le pregunté. ¿Por qué no tratar de olvidarlo?
“Era muy importante traer de la selva aquello que podía ser compartido con los demás”, me dijo en una entrevista vía satélite, ella en Nueva York y yo en Miami. “Para mí fue muy importante el ejercicio de escribir porque nunca fui capaz de decirle a mis niños, a mi mamá, ni a las personas que quiero, lo que sucedió.” Ingrid fue secuestrada el 23 de febrero del 2002. Ella era candidata presidencial por el partido Oxígeno Verde y fue capturada en una parada de campaña en San Vicente del Caguán. Horas antes de su captura el gobierno del presidente Andrés Pastrana le había quitado su equipo de seguridad y, sin embargo, ella siguió adelante.
“Mira, yo creo que la culpa de mi secuestro la tuvo las FARC”, me dijo. Y luego matizó. “Pero tampoco puedo aceptar que me señalen a mí como responsable…Estaba en campaña presidencial y me quitaron mis escoltas…¿Por qué me quitaron los escoltas y por qué me dejaron seguir en un carro del gobierno?” En cautiverio, Ingrid intenta escapar en varias ocasiones. Pero tras la tercera fue recapturada y atacada por tres guerrilleros. Un rebelde la golpeó en la cabeza con una cadena y describe así en el libro lo que ocurre después: “Me sentía víctima de un asalto, entre convulsiones, como si estuviera metida en un tren a gran velocidad….Mi cuerpo y mi corazón permanecieron congelados durante el breve espacio de una eternidad”. Tras el asalto le ponen una cadena al cuello y es regresada a jalones al campamento de las FARC, de donde había escapado.
“Para mí el escapar sí era una obsesión”, me dijo. Esto la confronta con Clara Rojas, quien era jefa de su campaña presidencial y quien fue secuestrada el mismo día. “Tuvimos, frente al secuestro, dos actitudes diferentes. Ella quería adaptarse y esperar que la liberaran sin poner en riesgo su vida. Para mí era diferente. Para mí nada era más importante que la libertad, que volver a donde estaban mis hijos, mi mamá.”
Esta actitud generó, también, muchas tensiones con otros secuestrados. El norteamericano Keith Stansell me dijo en una pasada entrevista que ella era “muy arrogante”.
Thomas Howes la llamó “una mujer engreída”. Ingrid fue liberada el 2 de julio del 2008, junto a otras 14 personas, en la llamada “Operación Jaque”. Por eso llamó tanto la atención cuando, a través de sus abogados y más de un año después, demandó al estado colombiano por seis millones de dólares. Esto la afectó personalmente. Una encuesta Gallup/Invamer dice que 80 por ciento de los colombianos tienen una imagen desfavorable de Ingrid Betancourt. El ex vicepresidente, Francisco Santos, dijo que la demanda era “un premio mundial a la ingratitud y a la desfachatez.” Pero ella le respondió en la entrevista diciendo que “esas palabras son despiadadas, son injustas y son mentirosas.” Añade: “La información se distorsionó”. La demanda nunca fue contra el ejército o los soldados que la liberaron. “La ley colombiana protege a las víctimas de terrorismo y permite que las víctimas de terrorismo llamemos a que se nos den reparaciones.” La demanda ya fue retirada.
Juan Carlos Lecompte, esposo de Ingrid cuando fue secuestrada, prácticamente no aparece en el libro. A muchos sorprendió el abrazo tan tibio –y tan público- que se dieron al volverse a ver luego de seis años y medio. “Me sorprendí mucho al verlo a él en la pista del avión, ahí detrás de mi madre. Y cuando lo abrazo yo esperaba, de pronto, unas palabras de afecto, pero él lo único que me dijo fue: ‘¿me puedo seguir quedando en tu apartamento?’” Ingrid resiente que él no le hubiera enviado mensajes por la radio –que ella escuchaba en la selva- como lo hacían frecuentemente su madre y sus hijos. “Juan Carlos es un ausente en el libro porque fue un ausente en todo ese período de cautiverio.” ¿Regresará Ingrid a Colombia y a la política? “Hay personas que temen que yo pueda llegar a
coger un espacio que está ahí”, me dijo. “Es la única manera como puedo entender reacciones viscerales y de odio que he visto en Colombia en contra mía.” Pero sus planes son otros y no incluyen a Colombia. “La política que veo en mi país no me atrae, no quiero volver a ejercer en ese ámbito”. Sus prioridades, claramente, están en otro lado. “Yo vivo entre mi hijo que vive en París, Lorenzo, y mi hija que vive en Nueva York, Melanie”, concluyó. “No tengo lo que yo podría llamar mi casa. Ese es mi próximo proyecto.”
Pero, sobre todo, es un grito de libertad. No Hay Silencio Que No Termine es un libro fascinante y terrible a la vez, escrito por una mujer extraordinaria y polémica que, a pesar de todo, nunca ha dejado de ser ella misma. Ingrid es una sobreviviente en el máximo sentido de la palabra: de la selva, de la violencia, de la política, de las fuerzas más oscuras. ¿Por qué escribir sobre los peores años de tu vida? Le pregunté. ¿Por qué no tratar de olvidarlo?
“Era muy importante traer de la selva aquello que podía ser compartido con los demás”, me dijo en una entrevista vía satélite, ella en Nueva York y yo en Miami. “Para mí fue muy importante el ejercicio de escribir porque nunca fui capaz de decirle a mis niños, a mi mamá, ni a las personas que quiero, lo que sucedió.” Ingrid fue secuestrada el 23 de febrero del 2002. Ella era candidata presidencial por el partido Oxígeno Verde y fue capturada en una parada de campaña en San Vicente del Caguán. Horas antes de su captura el gobierno del presidente Andrés Pastrana le había quitado su equipo de seguridad y, sin embargo, ella siguió adelante.
“Mira, yo creo que la culpa de mi secuestro la tuvo las FARC”, me dijo. Y luego matizó. “Pero tampoco puedo aceptar que me señalen a mí como responsable…Estaba en campaña presidencial y me quitaron mis escoltas…¿Por qué me quitaron los escoltas y por qué me dejaron seguir en un carro del gobierno?” En cautiverio, Ingrid intenta escapar en varias ocasiones. Pero tras la tercera fue recapturada y atacada por tres guerrilleros. Un rebelde la golpeó en la cabeza con una cadena y describe así en el libro lo que ocurre después: “Me sentía víctima de un asalto, entre convulsiones, como si estuviera metida en un tren a gran velocidad….Mi cuerpo y mi corazón permanecieron congelados durante el breve espacio de una eternidad”. Tras el asalto le ponen una cadena al cuello y es regresada a jalones al campamento de las FARC, de donde había escapado.
“Para mí el escapar sí era una obsesión”, me dijo. Esto la confronta con Clara Rojas, quien era jefa de su campaña presidencial y quien fue secuestrada el mismo día. “Tuvimos, frente al secuestro, dos actitudes diferentes. Ella quería adaptarse y esperar que la liberaran sin poner en riesgo su vida. Para mí era diferente. Para mí nada era más importante que la libertad, que volver a donde estaban mis hijos, mi mamá.”
Esta actitud generó, también, muchas tensiones con otros secuestrados. El norteamericano Keith Stansell me dijo en una pasada entrevista que ella era “muy arrogante”.
Thomas Howes la llamó “una mujer engreída”. Ingrid fue liberada el 2 de julio del 2008, junto a otras 14 personas, en la llamada “Operación Jaque”. Por eso llamó tanto la atención cuando, a través de sus abogados y más de un año después, demandó al estado colombiano por seis millones de dólares. Esto la afectó personalmente. Una encuesta Gallup/Invamer dice que 80 por ciento de los colombianos tienen una imagen desfavorable de Ingrid Betancourt. El ex vicepresidente, Francisco Santos, dijo que la demanda era “un premio mundial a la ingratitud y a la desfachatez.” Pero ella le respondió en la entrevista diciendo que “esas palabras son despiadadas, son injustas y son mentirosas.” Añade: “La información se distorsionó”. La demanda nunca fue contra el ejército o los soldados que la liberaron. “La ley colombiana protege a las víctimas de terrorismo y permite que las víctimas de terrorismo llamemos a que se nos den reparaciones.” La demanda ya fue retirada.
Juan Carlos Lecompte, esposo de Ingrid cuando fue secuestrada, prácticamente no aparece en el libro. A muchos sorprendió el abrazo tan tibio –y tan público- que se dieron al volverse a ver luego de seis años y medio. “Me sorprendí mucho al verlo a él en la pista del avión, ahí detrás de mi madre. Y cuando lo abrazo yo esperaba, de pronto, unas palabras de afecto, pero él lo único que me dijo fue: ‘¿me puedo seguir quedando en tu apartamento?’” Ingrid resiente que él no le hubiera enviado mensajes por la radio –que ella escuchaba en la selva- como lo hacían frecuentemente su madre y sus hijos. “Juan Carlos es un ausente en el libro porque fue un ausente en todo ese período de cautiverio.” ¿Regresará Ingrid a Colombia y a la política? “Hay personas que temen que yo pueda llegar a
coger un espacio que está ahí”, me dijo. “Es la única manera como puedo entender reacciones viscerales y de odio que he visto en Colombia en contra mía.” Pero sus planes son otros y no incluyen a Colombia. “La política que veo en mi país no me atrae, no quiero volver a ejercer en ese ámbito”. Sus prioridades, claramente, están en otro lado. “Yo vivo entre mi hijo que vive en París, Lorenzo, y mi hija que vive en Nueva York, Melanie”, concluyó. “No tengo lo que yo podría llamar mi casa. Ese es mi próximo proyecto.”