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Las Fracturas del Poderío Norteamericano
Expertos vaticinan que El costo de los daños ocasionados por el huracán Katrina podría superar los $100 mil millones, con consecuencias todavía impredecibles para la primera economía mundial.
Escrito el 08 Sep 2005
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BILOXI, Miss. - No es frecuente ver a Estados Unidos, la única superpotencia mundial, totalmente paralizada.
Pero eso es exactamente lo que ocasionó el huracán Katrina. La catástrofe rebasó todas las previsiones y recursos. Y Katrina sacó a relucir las fracturas del poderío norteamericano.
Varios días después de uno de los desastres naturales más grandes en La historia reciente del continente americano, los habitantes de esta pequeña y, hasta hace poco, próspera población costera no habían visto todavía ni un solo miembro del ejército, de la guardia nacional o de la Cruz Roja.
Nos preguntaban a los periodistas, con enojo y desesperación, que Dónde estaba la ayuda. Y nosotros, un poco apenados por no tener la información, nos resignábamos a contestar que no lo sabíamos.
Y cuando no hay gobierno, hay vacío de autoridad. Dudo mucho que todos los que saquearon tiendas y supermercados en Nueva Orleans sean delincuentes.
No. Más bien creo que cuando pasas varios días sin comer y sin tomar agua y sin dormir y sin recibir nada de ayuda y ves a tu familia languidecer y has perdido casa, auto y trabajo, entonces haces cosas desesperadas.
Yo vi, nadie me lo contó, a una abuela cargar con el brazo izquierdo a su nieta de 5 meses de edad y empujar con el brazo derecho su auto sin gasolina en una fila de centenares de otros vehículos en búsqueda de combustible.
Platiqué con un inmigrante mexicano de Zacatecas que llevaba casi dos días sin comer pero que prefería quedarse en un Estados Unidos huracanado que regresar a un México sin esperanza y sin trabajo. "¿Para qué me regreso¿" me dijo, "si allá está pior." Me tocó observar cómo un tramo de la carretera interestatal 10 casi se bloqueó cuando un buen samaritano se detuvo a regalar botellas de agua y la gente se bajó corriendo de sus vehículos sin que nada les importara. Y vi a la caravana del presidente George W. Bush pasar durante 14 segundos frente a casas destruidas que, antes del huracán, llevaban más de un siglo en pie.
Pero eso no tranquilizó a una damnificada, quien me dijo que el presidente había llegado sin nada y que ni siquiera les dejó una botellita de agua. La respuesta inicial tras el huracán, hay que deciro y yo soy testigo, fue un verdadero fracaso. Es increíble e impensable que esto pudiera ocurrir en Estados Unidos.
Lo vi en Centroamérica tras el paso del huracán Mitch pero nunca Imaginé presenciar algo así aquí. Cuando el gobierno falló y no pudo proporcionar ayuda, fueron los propios ciudadanos los que se empezaron a ayudarse a ellos mismos. Es el poder de la gente.
Las constantes escenas de solidaridad y generosidad tras el paso del huracán Katrina me hicieron recordar la actitud ejemplar de los mexicanos tras el terrible terremoto que afectó la Ciudad de México hace 20 años.
Así es como la gente se da cuenta, aquí y allá, que los presidentes y los políticos y todos sus canchanchanes no son tan necesarios como nos quieren hacer creer. Katrina, para ser franco, se burló de todos: de los meteorólogos que se equivocaron en sus sesudos pronósticos, de los políticos que estaban de vacaciones y que no advirtieron a tiempo del verdadero peligro, y de la gente que pensó que ésta sería una tormentita cualquiera.
No sé con qué comparar a Katrina. Aquí seguramente habrá más muertos que tras los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001 y que los soldados que hasta el momento han perecido en Irak. Pero nunca, ni en cinco guerras, he visto una destrucción tan extensa.
Son cuadras y cuadras de casas, edificios y negocios destruidos hasta sus cimientos por el mar, desde Nueva Orleans hasta Biloxi.
Todo el que retó o subestimó a Katrina perdió. Los habitantes de Louisiana, Alabama y Mississippi se han visto reducidos a las acciones más primitivas: comer, dormir, no morir, proteger a los suyos.
Los periodistas, con teléfono satelital en mano y dos o tres trucos más,hemos estado casi en las mismas. Comer algo caliente en la zona del desastre se ha convertido en un lujo, el aire acondicionado en temperaturas que llegan a los 95 grados Farenheit es un privilegio impensable, dormir en una cama es un sueño de golfo, y regresar a la normalidad un imposible.
Con colas de cinco o seis horas para llenar solo un cuarto de tanque de un monstruo comegasolina, mejor conocido como SUV o vehículo todo terreno,he quedado aterrado ante la enorme dependencia de Estados Unidos del petróleo del mundo. Allí lo producen y aquí se lo acaban. Las peleas que vi en las gasolineras para conseguir unas gotas de combustible parecían de una película de ciencia ficción.
Con todo esto, quizás, Katrina nos quiere decir algo. Escuché a un político local sugerir que el huracán había sido un desastre enviado por Dios y cuyo mensaje aún desconocemos. No estoy tan seguro de eso. En mi mente agnóstica no existen el destino ni la suerte.
Pero las lecciones si están ahí para el que quiera verlas.
Primera, vivir en las costas, con el calentamiento de la Tierra y los mares, y la intensificación de los ciclos de huracanes, es una apuesta veraniega. Y se los dice alguien que vive en una vulnerable islita unida por un puente a Miami.
Segunda, no me gusta la situación de la dependencia en la gasolina, Que sugiere la canción del reggeatonero Daddy Yankee, "Quien Vive por Gasolina,Muere por Gasolina." Y si Estados Unidos no cambia sus hábitos energéticos,pronto va a dejar de bailar.
Y tercera, la nación que creía poderlo todo (ocupar Afganistán, enviar 138,000 tropas para derrocar a un dictador en Irak y retar al mundo) hoy está viendo, con dolor y desesperación, hacia dentro. Estados Unidos se está dando cuenta por primera vez desde la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética que no siempre se puede ganar y que sus principales vulnerabilidades no vienen de fuera.
Pero eso es exactamente lo que ocasionó el huracán Katrina. La catástrofe rebasó todas las previsiones y recursos. Y Katrina sacó a relucir las fracturas del poderío norteamericano.
Varios días después de uno de los desastres naturales más grandes en La historia reciente del continente americano, los habitantes de esta pequeña y, hasta hace poco, próspera población costera no habían visto todavía ni un solo miembro del ejército, de la guardia nacional o de la Cruz Roja.
Nos preguntaban a los periodistas, con enojo y desesperación, que Dónde estaba la ayuda. Y nosotros, un poco apenados por no tener la información, nos resignábamos a contestar que no lo sabíamos.
Y cuando no hay gobierno, hay vacío de autoridad. Dudo mucho que todos los que saquearon tiendas y supermercados en Nueva Orleans sean delincuentes.
No. Más bien creo que cuando pasas varios días sin comer y sin tomar agua y sin dormir y sin recibir nada de ayuda y ves a tu familia languidecer y has perdido casa, auto y trabajo, entonces haces cosas desesperadas.
Yo vi, nadie me lo contó, a una abuela cargar con el brazo izquierdo a su nieta de 5 meses de edad y empujar con el brazo derecho su auto sin gasolina en una fila de centenares de otros vehículos en búsqueda de combustible.
Platiqué con un inmigrante mexicano de Zacatecas que llevaba casi dos días sin comer pero que prefería quedarse en un Estados Unidos huracanado que regresar a un México sin esperanza y sin trabajo. "¿Para qué me regreso¿" me dijo, "si allá está pior." Me tocó observar cómo un tramo de la carretera interestatal 10 casi se bloqueó cuando un buen samaritano se detuvo a regalar botellas de agua y la gente se bajó corriendo de sus vehículos sin que nada les importara. Y vi a la caravana del presidente George W. Bush pasar durante 14 segundos frente a casas destruidas que, antes del huracán, llevaban más de un siglo en pie.
Pero eso no tranquilizó a una damnificada, quien me dijo que el presidente había llegado sin nada y que ni siquiera les dejó una botellita de agua. La respuesta inicial tras el huracán, hay que deciro y yo soy testigo, fue un verdadero fracaso. Es increíble e impensable que esto pudiera ocurrir en Estados Unidos.
Lo vi en Centroamérica tras el paso del huracán Mitch pero nunca Imaginé presenciar algo así aquí. Cuando el gobierno falló y no pudo proporcionar ayuda, fueron los propios ciudadanos los que se empezaron a ayudarse a ellos mismos. Es el poder de la gente.
Las constantes escenas de solidaridad y generosidad tras el paso del huracán Katrina me hicieron recordar la actitud ejemplar de los mexicanos tras el terrible terremoto que afectó la Ciudad de México hace 20 años.
Así es como la gente se da cuenta, aquí y allá, que los presidentes y los políticos y todos sus canchanchanes no son tan necesarios como nos quieren hacer creer. Katrina, para ser franco, se burló de todos: de los meteorólogos que se equivocaron en sus sesudos pronósticos, de los políticos que estaban de vacaciones y que no advirtieron a tiempo del verdadero peligro, y de la gente que pensó que ésta sería una tormentita cualquiera.
No sé con qué comparar a Katrina. Aquí seguramente habrá más muertos que tras los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001 y que los soldados que hasta el momento han perecido en Irak. Pero nunca, ni en cinco guerras, he visto una destrucción tan extensa.
Son cuadras y cuadras de casas, edificios y negocios destruidos hasta sus cimientos por el mar, desde Nueva Orleans hasta Biloxi.
Todo el que retó o subestimó a Katrina perdió. Los habitantes de Louisiana, Alabama y Mississippi se han visto reducidos a las acciones más primitivas: comer, dormir, no morir, proteger a los suyos.
Los periodistas, con teléfono satelital en mano y dos o tres trucos más,hemos estado casi en las mismas. Comer algo caliente en la zona del desastre se ha convertido en un lujo, el aire acondicionado en temperaturas que llegan a los 95 grados Farenheit es un privilegio impensable, dormir en una cama es un sueño de golfo, y regresar a la normalidad un imposible.
Con colas de cinco o seis horas para llenar solo un cuarto de tanque de un monstruo comegasolina, mejor conocido como SUV o vehículo todo terreno,he quedado aterrado ante la enorme dependencia de Estados Unidos del petróleo del mundo. Allí lo producen y aquí se lo acaban. Las peleas que vi en las gasolineras para conseguir unas gotas de combustible parecían de una película de ciencia ficción.
Con todo esto, quizás, Katrina nos quiere decir algo. Escuché a un político local sugerir que el huracán había sido un desastre enviado por Dios y cuyo mensaje aún desconocemos. No estoy tan seguro de eso. En mi mente agnóstica no existen el destino ni la suerte.
Pero las lecciones si están ahí para el que quiera verlas.
Primera, vivir en las costas, con el calentamiento de la Tierra y los mares, y la intensificación de los ciclos de huracanes, es una apuesta veraniega. Y se los dice alguien que vive en una vulnerable islita unida por un puente a Miami.
Segunda, no me gusta la situación de la dependencia en la gasolina, Que sugiere la canción del reggeatonero Daddy Yankee, "Quien Vive por Gasolina,Muere por Gasolina." Y si Estados Unidos no cambia sus hábitos energéticos,pronto va a dejar de bailar.
Y tercera, la nación que creía poderlo todo (ocupar Afganistán, enviar 138,000 tropas para derrocar a un dictador en Irak y retar al mundo) hoy está viendo, con dolor y desesperación, hacia dentro. Estados Unidos se está dando cuenta por primera vez desde la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética que no siempre se puede ganar y que sus principales vulnerabilidades no vienen de fuera.
Jorge Ramos