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Esto No Es Lo Que Biden Prometió
Escrito el 11 Oct 2021
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Deportaciones masivas. Agentes a caballo amenazando con sus riendas a inmigrantes haitianos. Expulsiones de Estados Unidos bajo la excusa del COVID.
Impedir las solicitudes de asilo en territorio estadounidense. Obligar a refugiados a esperar meses en México para tener una respuesta a su súplica de protección. Presionar a México para que sea el nuevo muro. Un sistema migratorio basado en la fuerza física y en la contención. Y un proceso de legalización totalmente atorado.
Esto no es lo que había prometido Joe Biden.
Un documento de la campaña del entonces candidato presidencial expresaba su “compromiso con un sistema migratorio justo y humano”. Pero eso no es lo que hemos visto en los primeros meses de Biden en la Casa Blanca.
Si la administración de Donald Trump se caracterizó por su crueldad con los inmigrantes, por la separación de familias y las imágenes de niños en jaulas, la de Biden también tiene sus puntos débiles. Los videos de agentes de la Patrulla Fronteriza levantando amenazadoramente sus riendas y lanzando sus caballos contra inmigrantes haitianos son vergonzosos.
Es increíble que en este 2021 se permitan acciones así por parte de agentes de un gobierno. (Los hechos están bajo investigación.) Pero hay más.
Biden -como Trump- sigue utilizando el llamado Título 42 para expulsar a inmigrantes por razones de salud. De febrero a agosto de este año deportó a más de 690 mil personas con la excusa del covid.
Además, en esas mismas fechas, la Patrulla Fronteriza detuvo a casi medio millón de indocumentados -o llamados “inadmisibles” según el Título 8- que también podrían ser deportados. Esta no parece ser una política humana y justa.
Biden no quiere comparaciones con el expresidente Barack Obama, quien expulsó a más de cinco millones de personas en sus ocho años en la Casa Blanca. De hecho, durante una entrevista en febrero del 2020 el candidato Biden me dijo que esas deportaciones masivas de Obama habían sido un “gran error”.
Por eso sorprende tanto que Biden, copiando las tácticas de Obama, siga deportando a miles de personas que podrían tener razones válidas para quedarse.
Esta realidad -deportaciones, arrestos y obstáculos para solicitar un ingreso legal al país- choca con los discursos y documentos del gobierno de Biden, que quiere presentarse públicamente como humanista y comprensivo.
La Casa Blanca publicó en julio un documento que decía que “en los primeros seis meses, el gobierno (de Biden) ha tenido un progreso considerable para construir un sistema migratorio justo, ordenado y humano, mientras le pide al Congreso que reforme las leyes migratorias de Estados Unidos.” Pero nada de eso se ha logrado.
Lo que estamos viendo es a un gobierno reaccionando, a veces caóticamente, ante las crisis que van surgiendo en la frontera con México. Por ejemplo, fueron tomados totalmente por sorpresa cuando 15 mil inmigrantes, en su mayoría de Haití, se refugiaron debajo del puente internacional de Del Río, en Texas, ya dentro de territorio estadounidense. Y por todos lados están entrando indocumentados sin que haya una política ordenada, consistente y justa para lidiar con ellos.
El mensaje que está llegando a Centroamérica es claro: Donald Trump ya no está en la Casa Blanca y la frontera está agujereada. Se abre y se cierra. Por eso tantos se están arriesgando a ir al norte. Este, por supuesto, no es el mensaje oficial del gobierno estadounidense que insiste como ha dicho públicamente la vicepresidenta Kamala Harris y el Secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas- que la frontera está cerrada.
Al final, el hambre y el miedo se imponen. Es menos arriesgado tratar de cruzar ilegalmente la frontera de México a Estados Unidos que enfrentarse a la hambruna en Guatemala, a la violencia en Honduras y a las pandillas en El Salvador. Y los planes de México y Estados Unidos para invertir billones en Centroamérica -y enfrentar así el origen de las migraciones- podrían tardar años o décadas para tener algún efecto medible. Lo que nos espera son muchos meses con cientos de miles de inmigrantes intentando entrar, como sea, por la frontera sur de Estados Unidos.
Y a las autoridades tratando de tapar hoyos y apagar incendios. La política migratoria de Biden ha sido, hasta el momento, reactiva.
Así como el presidente ha fracasado en su bien intencionado objetivo de tener “un sistema migratorio justo, ordenado y humano”, también se ha desmoronado su esfuerzo para aprobar en el congreso una reforma migratoria que legalice a la mayoría de los 10 millones de inmigrantes indocumentados.
En el Senado no hay 60 votos para aprobar una reforma migratoria ni la voluntad política de acabar con el llamado filibuster (que permitiría pasar una nueva ley de migración con solo 50 votos).
También fracasó el plan de legalizar a millones de Dreamers, campesinos y trabajadores esenciales a través del complicado proceso de reconciliación presupuestaria dentro del congreso.
La asesora legal de senado -la “parlamentaria”- ha dicho que no dos veces. Y los Demócratas no se atreven a decirle que no a la parlamentaria.
Esto deja al presidente Biden en una muy precaria situación. Ninguna de sus promesas migratorias de campaña -con excepción de la protección temporal o TPS para los venezolanos- se ha cumplido.
Los Demócratas -quienes hoy controlan la Casa Blanca y ambas cámaras del congreso- se han hecho fama de prometer mucho y cumplir poco. Desde 1986 hemos oído sus promesas y millones de indocumentados se han quedado esperando.
Si las cosas siguen igual, y Biden y los Demócratas no hacen algo dramático y efectivo, pudiera haber una revuelta de votantes hispanos en las elecciones del 2022 y 2024.
Entiendo que los Republicanos son los responsables de bloquear casi todas las propuestas migratorias en el congreso, pero son los Demócratas quienes han hecho una gran parte de las promesas. Y ha llegado el momento de cumplir o pagar las consecuencias.
Este panorama no es el que nos había pintado Biden cuando dijo que quería ser presidente. Parece ser que el sistema -de deportaciones y fuerza física en la frontera, y de franca resistencia hacia la integración de los nuevos inmigrantes- se está imponiendo.
Las viejas y malas costumbres -como demostraron esos agentes a caballos en la frontera- no han dado paso a prácticas más empáticas y humanistas.
Esa corriente antiinmigrante, tan trumpista, ha demostrado ser hasta ahora más fuerte que el nuevo presidente.
Para los inmigrantes, desafortunadamente, hoy no hay mucha diferencia entre Biden y Trump.
Impedir las solicitudes de asilo en territorio estadounidense. Obligar a refugiados a esperar meses en México para tener una respuesta a su súplica de protección. Presionar a México para que sea el nuevo muro. Un sistema migratorio basado en la fuerza física y en la contención. Y un proceso de legalización totalmente atorado.
Esto no es lo que había prometido Joe Biden.
Un documento de la campaña del entonces candidato presidencial expresaba su “compromiso con un sistema migratorio justo y humano”. Pero eso no es lo que hemos visto en los primeros meses de Biden en la Casa Blanca.
Si la administración de Donald Trump se caracterizó por su crueldad con los inmigrantes, por la separación de familias y las imágenes de niños en jaulas, la de Biden también tiene sus puntos débiles. Los videos de agentes de la Patrulla Fronteriza levantando amenazadoramente sus riendas y lanzando sus caballos contra inmigrantes haitianos son vergonzosos.
Es increíble que en este 2021 se permitan acciones así por parte de agentes de un gobierno. (Los hechos están bajo investigación.) Pero hay más.
Biden -como Trump- sigue utilizando el llamado Título 42 para expulsar a inmigrantes por razones de salud. De febrero a agosto de este año deportó a más de 690 mil personas con la excusa del covid.
Además, en esas mismas fechas, la Patrulla Fronteriza detuvo a casi medio millón de indocumentados -o llamados “inadmisibles” según el Título 8- que también podrían ser deportados. Esta no parece ser una política humana y justa.
Biden no quiere comparaciones con el expresidente Barack Obama, quien expulsó a más de cinco millones de personas en sus ocho años en la Casa Blanca. De hecho, durante una entrevista en febrero del 2020 el candidato Biden me dijo que esas deportaciones masivas de Obama habían sido un “gran error”.
Por eso sorprende tanto que Biden, copiando las tácticas de Obama, siga deportando a miles de personas que podrían tener razones válidas para quedarse.
Esta realidad -deportaciones, arrestos y obstáculos para solicitar un ingreso legal al país- choca con los discursos y documentos del gobierno de Biden, que quiere presentarse públicamente como humanista y comprensivo.
La Casa Blanca publicó en julio un documento que decía que “en los primeros seis meses, el gobierno (de Biden) ha tenido un progreso considerable para construir un sistema migratorio justo, ordenado y humano, mientras le pide al Congreso que reforme las leyes migratorias de Estados Unidos.” Pero nada de eso se ha logrado.
Lo que estamos viendo es a un gobierno reaccionando, a veces caóticamente, ante las crisis que van surgiendo en la frontera con México. Por ejemplo, fueron tomados totalmente por sorpresa cuando 15 mil inmigrantes, en su mayoría de Haití, se refugiaron debajo del puente internacional de Del Río, en Texas, ya dentro de territorio estadounidense. Y por todos lados están entrando indocumentados sin que haya una política ordenada, consistente y justa para lidiar con ellos.
El mensaje que está llegando a Centroamérica es claro: Donald Trump ya no está en la Casa Blanca y la frontera está agujereada. Se abre y se cierra. Por eso tantos se están arriesgando a ir al norte. Este, por supuesto, no es el mensaje oficial del gobierno estadounidense que insiste como ha dicho públicamente la vicepresidenta Kamala Harris y el Secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas- que la frontera está cerrada.
Al final, el hambre y el miedo se imponen. Es menos arriesgado tratar de cruzar ilegalmente la frontera de México a Estados Unidos que enfrentarse a la hambruna en Guatemala, a la violencia en Honduras y a las pandillas en El Salvador. Y los planes de México y Estados Unidos para invertir billones en Centroamérica -y enfrentar así el origen de las migraciones- podrían tardar años o décadas para tener algún efecto medible. Lo que nos espera son muchos meses con cientos de miles de inmigrantes intentando entrar, como sea, por la frontera sur de Estados Unidos.
Y a las autoridades tratando de tapar hoyos y apagar incendios. La política migratoria de Biden ha sido, hasta el momento, reactiva.
Así como el presidente ha fracasado en su bien intencionado objetivo de tener “un sistema migratorio justo, ordenado y humano”, también se ha desmoronado su esfuerzo para aprobar en el congreso una reforma migratoria que legalice a la mayoría de los 10 millones de inmigrantes indocumentados.
En el Senado no hay 60 votos para aprobar una reforma migratoria ni la voluntad política de acabar con el llamado filibuster (que permitiría pasar una nueva ley de migración con solo 50 votos).
También fracasó el plan de legalizar a millones de Dreamers, campesinos y trabajadores esenciales a través del complicado proceso de reconciliación presupuestaria dentro del congreso.
La asesora legal de senado -la “parlamentaria”- ha dicho que no dos veces. Y los Demócratas no se atreven a decirle que no a la parlamentaria.
Esto deja al presidente Biden en una muy precaria situación. Ninguna de sus promesas migratorias de campaña -con excepción de la protección temporal o TPS para los venezolanos- se ha cumplido.
Los Demócratas -quienes hoy controlan la Casa Blanca y ambas cámaras del congreso- se han hecho fama de prometer mucho y cumplir poco. Desde 1986 hemos oído sus promesas y millones de indocumentados se han quedado esperando.
Si las cosas siguen igual, y Biden y los Demócratas no hacen algo dramático y efectivo, pudiera haber una revuelta de votantes hispanos en las elecciones del 2022 y 2024.
Entiendo que los Republicanos son los responsables de bloquear casi todas las propuestas migratorias en el congreso, pero son los Demócratas quienes han hecho una gran parte de las promesas. Y ha llegado el momento de cumplir o pagar las consecuencias.
Este panorama no es el que nos había pintado Biden cuando dijo que quería ser presidente. Parece ser que el sistema -de deportaciones y fuerza física en la frontera, y de franca resistencia hacia la integración de los nuevos inmigrantes- se está imponiendo.
Las viejas y malas costumbres -como demostraron esos agentes a caballos en la frontera- no han dado paso a prácticas más empáticas y humanistas.
Esa corriente antiinmigrante, tan trumpista, ha demostrado ser hasta ahora más fuerte que el nuevo presidente.
Para los inmigrantes, desafortunadamente, hoy no hay mucha diferencia entre Biden y Trump.
Jorge Ramos